Recuerda discípulo, que nadie puede llegar a la realización de Dios si no renuncia a la caprichosa voluntad que posee múltiples intenciones.
Cuando un hombre no siente apego alguno por las acciones mundanas ni por los objetos de sensación, y renuncia a la voluntad intencionada, o sea, el libre albedrío tan defendido por el ego mortal, queda establecido en la devoción a Dios.
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