La verdadera paz no es una forma de placer, ni es como dormir, sino más bien un estado de trascendencia, que permanece inafectado por la polaridad, la impermanencia o la ignorancia del mundo, ni por los placeres y sufrimientos, que aquellos producen.
La verdadera trascendencia no es reclusión o escape, sino el logro de un estado superior de conciencia que armoniza todas las polaridades e integra la vida individual con la vida universal. Por lo tanto, la verdadera paz es un estado de armonía trascendental.
La paz es algo que no se logra clamando ¡Quiero paz! o preocupándose por obtenerla. Una de las paradojas de la vida es que la paz elude a quien la persigue. La paz es un resultado, un efecto derivado de un sincero esfuerzo. Cuando sentimos el llamado del ideal o del deber no podemos tener paz, hasta haber respondido en la mejor forma posible. Y esto es más cierto aún con respecto a la vida espiritual.
La paz suprema e imperecedera es el resultado de una experiencia espiritual más elevada que sólo puede alcanzarse por medio de un intenso es fuerzo y una lucha sin descanso. Y hasta tanto no se logre, una de las primeras cosas que todo aspirante debería hacer, es sacrificar la paz mental ilusoria que ofrece la vida del mundo.
La auténtica experiencia espiritual es el resultado de una transformación y expansión de la conciencia y esto mismo es lo que produce la meditación; pero esto ocurre únicamente cuando las fuerzas del cuerpo y de la mente se coordinan y se canalizan en un intenso esfuerzo concentrado en un solo objeto, por un período prolongado de tiempo. Solamente cuando intentamos hacer esto comprendemos que hay diferentes fuerzas que actúan sobre nosotros. Es entonces que descubrimos que la meditación tiene dimensiones sociales y cósmicas.
La meditación no es una actividad aislada, sino que comprende toda la personalidad, y la personalidad está insertada en una matriz social. La calidad, contenido y efectividad de la meditación, depende de las creencias de las personas, sus actitudes, estados de ánimos y experiencias. Y todo esto está estructurado por las fuerzas sociales.
Puede ser que el aspirante abandone toda actividad externa, ignore sus deberes, evite la compañía de otras personas, pero aún así aquellas influencias continuarán ejerciendo su ascendiente sobre él y los rastros de pasadas experiencias se despertarán en su conciencia durante las silenciosas horas de meditación, con una fuerza tal que difícilmente podrá resistirlas.
Además, la vida de cada uno se encuentra cautiva en la red de causa y efecto: la maraña de relaciones kármicas. El alimento que ingerimos, los libros que leemos y las innumerables cosas de uso cotidiano, son producto del trabajo de otras personas. Los efectos kármicos de todo esto obstruye el desarrollo de una conciencia más elevada en nosotros y ata al alma en el mundo temporal. Cuanto más sofisticada es nuestra vida, más obligaciones y ataduras sociales tenemos.
Dos importantes causas del fracaso en la vida de meditación son: la ignorancia o descuido de las influencias sociales que actúan sobre la conciencia humana y el considerar a la meditación como una forma de escape. La verdadera meditación es un proceso de transformacíón de la conciencia y para esto, lo primordial es reconocer y comprender las distintas fuerzas que actúan sobre la conciencia. Si la meditación se practica correctamente, ella misma nos revelará la naturaleza de estas fuerzas y cómo manejarlas. Despreocupación o represión no es lo que conviene en estos casos. Como dice el Guita: "Todos los seres siguen su naturaleza. ¿Qué puede hacer el mero control?"
Cuando las fuerzas de la sociedad son erróneamente manejadas, crean ligadura y obstrucción, pero cuando se subliman y conectan a una intensa aspiración espiritual, se transforman en fuerzas positivas que aceleran nuestro progreso espiritual. El éxito en la meditación depende en gran manera de nuestra eficacia para integrar su dimensión social en nuestra vida y para adaptar la meditación a sus exigencias.
La meditación tiene también una dimensión cósmica más extensa. Es esencialmente una actividad mental, pero necesita la colaboración del cuerpo porque la meditación es difícil cuando no hay coordinación entre ambos. Los dos, cuerpo y mente, son simplemente manifestaciones individuales del principio universal de la vida, conocido como Prana.
Lo individual es un contacto ininterrumpido con el cosmos, en los tres niveles de cuerpo mente y conciencia, produciéndose un continuo intercambio de Prana entre lo individual y el cosmos. Cuando este intercambio es defectuoso, produce enfermedades del cuerpo o bien inquietud o sopor. Bajo tales condiciones la concentración se vuelve muy difícil.
Para lograr éxito en la meditación se necesita una doble integración: entre lo individual y la sociedad, y entre lo individual y el cosmos.
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